Como contraprestación a la dos noches que ha cenado y dormido en casa, para satisfacción de su madre y su padre, Iñigo ha madrugado viernes y sábado para acompañarme en el rodaje matutino de cada día, ese que nos permitieron hacer desde el 2 de mayo. Han sido mis dos mejores rodajes desde entonces, además de los más largos. Ayer salieron 16,19 kms en 1:22:40, a 5:06/km. Hoy han sido 15,59 kms en 1:18:58, a 5:04/km.
Mientras él iba suelto, sin esfuerzo, retenido y me atrevería a apostar que sin sudar apenas, a pesar del calor (19º ayer y 18º hoy), yo he ido con el gancho. Se aprecia bien en las dos fotografías que nos sacó ayer Romain Purro, que nos vio por Ibaeta-Igara y a las 7:47 me las estaba mandando. En ese punto llevaríamos casi 12 kms. Me quedaban más de cuatro de tortura, placentera tortura, detrás de mi hijo.
Toda circunstancia, por desagradable, incómoda o molesta que pueda ser, como el confinamiento que hemos padecido, o las franjas horarias que tenemos para hacer deporte, tiene su parte positiva y, sobre todo, su aprendizaje. En los 49 días que hemos estado encerrados en nuestras casas hemos explorado alternativas al deporte en la calle o en una instalación deportiva. Cuando nos dejaron salir a correr a las 6:00 de la mañana, algunos ya disfrutábamos antes de ese placer, pero otros, como Iñigo, lo han descubierto.
Hace un año, cuando todavía estaba en casa con nosotros, hubiera sido imposible levantarle a las 6:30 para salir a correr a las 6:40. Hubiera tenido que ir solo.
Ahora ya sé que, cuando quiera dormir en casa, cuento con él para correr al día siguiente y disfrutar de su compañía, aunque eso signifique que me tenga que llevar con el gancho. Esa sí que es una liebre de lujo.
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