Tranquilos que no voy a hablar de fútbol, ni de cuándo vuelve La Liga, ni de la procedencia, conveniencia o pertinencia de que los partidos se jueguen a puerta cerrada. Ahora mismo, sería la penúltima de mis preocupaciones, si no la última.
Sí voy a hablar del paralelismo entre el comportamiento de quienes se mueven alrededor del fútbol: profesionales, directivos, periodistas y aficionados, con el comportamiento de la sociedad en general, empezando por la clase política, funcionarios, medios de comunicación y ciudadanos en general.
De la misma forma que el seguidor de un equipo de fútbol acepta casi acríticamente las supuestas bondades de su club, y de la misma manera aborrece visceralmente a su directo rival, este estado de alarma está despertando nuestras más bajas pasiones, sin dejar apenas resquicios al pensamiento racional y crítico.
Hace unos meses, en la vieja normalidad, la información deportiva estaba focalizada en el fútbol y, dentro de esa materia, en la rivalidad entre el Real Madrid y el Barcelona, sin apenas hueco para los demás.
En la vieja y en la nueva política, seguimos con los bloques, con las dos Españas, con el ruido, los insultos, las marrullerías y los desplantes, que recuerdan a los que se producen en cualquier campo y en cualquier partido de fútbol.
La línea editorial del Marca es la misma que la del ABC o El Mundo, por poner un ejemplo; y a los ciudadanos nos quieren y nos tratan como hinchas de formaciones políticas, como si fuera lo mismo.
Así, cuando de habla del estado de alarma que -se supone- obedece a une emergencia sanitaria, el debate político entra en el barro de otras cuestiones, como las elecciones, la legislación laboral o la independencia de Catalunya, aderezado con la sangre de los muertos.
Persiguen con ello que la respuesta de los ciudadanos sea la misma que la un hooligan: visceral, acrítica y fanática.
En este escenario, una vez más, me declaro abiertamente marxista y proclamo con Groucho que 'Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo.'
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