viernes, 1 de mayo de 2020

La casa de papel

El 1 de abril, mientras me sometía a la tortura diaria sobre la bici, arranqué con el espectacular primer episodio de la primera temporada de La casa de papel. Hoy, 1 de mayo, he terminado con la octava entrega, que cierra la cuarta temporada. 31 días y 31 capítulos, algunos extraordinarios, algunos no tanto, y casi todos cargados de tensión, ritmo, acción y sorpresas.

Supongo que seré de los pocos que no había visto la serie. Algo parecido me pasó con Juego de Tronos. Admitiré que ambas son adictivas y, una vez que las pruebas, es difícil desintoxicarse.

Puede que con el tiempo olvide las circunstancias que me llevaron a Juego de Tronos, y apuesto a que siempre asociaré La casa de papel al confinamiento derivado de la pandemia del Covid19. Mi primer día en la bici fue el 22 de marzo, una hora en la que apenas llegué a 20 km, con el culo tan dolorido, que no sé cómo he sido capaz de encadenar 41 días seguidos, contando el de hoy, en el que, en una hora he llegado a 27 km.

Estoy seguro de que sin la ayuda de una serie como esa difícilmente hubiera aguantado. Las imágenes, los diálogos, el ritmo, la acción, la música... han ido anestesiando las terminaciones nerviosas que convergen en esa zona del periné, haciendo esa hora más llevadera cada día.

No conocía a la mayoría de los actores y si tuviera que destacar a algún personaje me quedaría con el que interpreta Itziar Ituño, la comisaria Raquel Morillo, del que, a mi modo de ver, emana una fuerza extraordinaria, al servicio de un guión que es una montaña rusa de emociones y sobresaltos.

También me llama la atención la crítica social y política que hace que unos delincuentes, que planean y ejecutan un robo a gran escala, consigan que el público empatice con ellos.

¿Por qué será?

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