Mientras para buena parte de la clase política -y de la sociedad- española las reglas no son más que una pantomima que uno ha de hacer como que cumple, para mantener un mínimo decoro ante la opinión pública y con Bruselas, el secreto de una nación próspera como Alemania es la construcción de una economía basada en el cumplimiento de las reglas y en el reparto de poderes entre las distintas instituciones funcionales y territoriales.
Algunos ejemplos para ilustrar la diferencia. Recientemente, dos destacados políticos alemanes has dimitido ipso facto en cuanto han sido pillados por cometer el 'delito' de copiar su tesis doctoral. En España, hoy ha salido la blanda sentencia del 'caso Malaya', todavía no se ha juzgado al cacique castellonense Carlos Fabra, nadie ha dimitido por el Caso Bárcenas... y el ex presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, fue absuelto por un jurado popular en la caso de los trajes de la trama Gürtel. Por cierto, en España hay un juez por cada mil habitantes; en Alemania, 2,5.
En esta España en la que el incumplimiento de las reglas es lo habitual, en la que nadie dimite, en la que la Administración está plagada de familiares y amigos de los políticos, cuya única virtud , a falta de la necesaria competencia profesional, es la docilidad para atender los requerimientos del poder, tecnócratas y populistas están definiendo un nuevo campo de batalla, sin reglas conocidas y aceptadas por todos, que, si no lo cambiamos, si no cambiamos, será todavía peor que el actual. 
La regeneración democrática de España y la salida de la crisis no son objetivos diferentes, son las dos caras de cómo construir un país mejor, con unas reglas conocidas, respetadas y cumplidas por todos, germen de una organización social robusta, que es el arma de los débiles contra el poder de los fuertes.
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