Carlos y yo 'sujetando' a Aitor |
A las 8:00, con poquita luz como se ve en la foto, Carlos, Aitor y yo nos pusimos en marcha, dejando atrás el Faro de Hondarribia, al que nos había acercado Miren desde Intxaurrondo. Mientras dába-mos los primeros pasos, el sol, a nuestra derecha, teñía de rojo el horizonte. La idea era ir corriendo hasta Donos-tia, adonde calculábamos llegar sobre las 12:00.
La primera parte discurre en paralelo a la costa, a muy poca altura, con subidas y bajadas que un par de veces llevan hasta el agua. Es una zona agradecida para correr, por la que nos conducía Carlos, conmigo a la cola. Me quedaba en las bajadas y recuperaba en las subidas. A los seis o siete kilómetros dejando la costa detrás, subimos hacia Jaizkibel. Aquí, en alguna subida, ya tuvimos que poner pie a tierra, pues resultaba más eficiente que correr y mucho menos cansado. Una niebla que entró de la costa aplacó la fuerza del sol, a cambio de meternos en una sauna en la que no parábamos de sudar. Pasamos cerca de un par de torreones y en el segundo nos sacamos la foto que se ve abajo. Habíamos hecho la mitad del camino y estábamos fuertes todavía.
Aitor y Carlos |
A partir de ahí, conducidos por Aitor y aprovechando un camino ligeramente descendente y muy poco accidentado, nos lanzamos casi a tumba abierta, volviendo a ver la costa y los grandes barcos fondeados en el exterior del puerto de Pasaia. Así llegamos a la que me pareció la parte más antipática del recorrido: la bajada a San Juan, muy técnica y, para mí, peligrosa. Mientras Carlos, experto montañero, recién llegado de los Alpes, bajaba como una cabra, yo lo hacía con mucho cuidado, ayudándome de las manos y mirando muy bien dónde ponía el pie.
San Juan nos recibió con sol y con unas vistas espectaculares. Tras beber en la fuente, ad libitum, y recargar nuestro bidones, tomamos la barca hasta San Pedro, momento que recoge la foto, en la que se me ve con Aitor, que ya empezaba a acusar los 20 kilómetros y las casi 3 horas de travesía montañera. Nos quedaba subir a Ulia y bajar hasta la playa de la Zurriola.
Carlos y yo subimos bien las interminables escaleras de San Pedro, que se le atragantaron a Aitor. Muy despacio, llegamos hasta el Faro de la la Plata y de allí nos internamos por unos caminos, afortunadamente a la sombra, con tres o cuatro subidas de aupa y algunas zonas en las que se podía correr. En usa de esas zonas, nuestro trote cansino se cruzó con la galopada de Ander Sagarzazu, que volaba sobre las rocas, sorte-ándolas con su poderosa zancada. Impresionante.
Nueva parada en una fuente para volver a beber hasta hartarnos y afrontar la última parte, a la que ya llegábamos bastante maduros y, en el caso de Aitor, con la tortura de los calambres. Nos cruzábamos con muchísima gente, que aprovechaba el día para disfrutar de ese precioso paseo, e íbamos haciendo la cuenta atrás a medida que veíamos alguno de los carteles que indican los kilómetros que faltaban para llegar: 2,9, 2,5, 2,1… Hasta el último, que indica 0,5 kms. de una cuesta abajo que se hace tan dura como esperanzadora por la proximidad de la meta, a la que llegábamos a las 12:11.
Disfrutamos de verdad |
Yo no paré –miedo me daba hacerlo- y seguí corriendo hasta casa, por la Zurriola, Boulevard y Paseo de La Concha. Doce minutos más que se me hicieron eternos.
Aunque ahora mismo me martirizan las agujetas, estoy encantado de la experiencia y agradecido de la compañía de Carlos y Aitor.
Y si no fuera por las bajadas…
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