Muy rara vez hablamos de fútbol en este blog, si no es para quejarnos de la enorme sombra que proyecta sobre todo lo demás, que oscurece otros deportes, como el atletismo, el verdadero deporte rey.
Tampoco hoy hubiera escrito nada de la final de la Copa del Mundo que, a mi modo de ver, ha ganado con todo merecimiento la Argentina de Messi, que tenía el partido totalmente controlado hasta que un error de su defensa Otamendi ha terminado en penalti. El 2-1 ha dado alas a los franceses que a los pocos minutos han empatado en una gran acción de Mbappé. En la prórroga, Argentina ha sido mejor y se ha adelantado con otro gol de Messi, que no ha bastado para ganar por culpa de un penalti absurdo de Montiel.
Antes, en la primera parte el árbitro había pitado, sin dudar, el primer penalti, a favor de Argentina, que suponía el 1-0, redondeado antes del descanso por Di Maria que ha puesto el 2-0 en un contraataque de libro.
Tres penaltis en una final. Lo nunca visto. Y el polaco Szymon Marciniak los ha pitado sin dudar, sin recurrir al VAR. Tampoco ha necesitado hacerlo en otra jugada, que parecía penalti para Francia, que he resuelto con tarjeta amarilla para Marcus Thuram, por dejarse caer en el área, como han demostrado las imágenes de televisión.
Fui árbitro de fútbol durante trece años (1973-1986) y sigo teniendo esa deformación profesional cuando veo un partido. Hoy he disfrutado de una gran final -más emocionante que de calidad- en la que por encima de todos, incluso de Messi y Mbappé -para mí sobrevalorado- ha brillado un árbitro calvo de 41 años, que ha gestionado una final de muchísima tensión con enorme acierto, con discreción, sin aspavientos y haciendo lo correcto en cada uno de los 140 minutos que ha estado en el campo.
En este época en la que muchos árbitros han hecho dejación de su autoridad y su responsabilidad bajo el paraguas del VAR, actuaciones como la de hoy de Marciniak nos reconcilian con el fútbol de verdad, sin artificios y sin efectos colaterales.
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