jueves, 9 de noviembre de 2017

Las 3 Grandes. 1ª parte

Los primeros años de la década de los 90, ya M35, fueron los más fructíferos en mi modesta trayectoria atlética, que tiene su punto de inflexión el 26 de agosto de 1994, justo después de hacer mi marca de 5.000 metros (16:31), no oficial, en una carrera organizada por el entonces numeroso y competitivo grupo de korrikutxalaris. Esa misma noche, durmiendo, la ciática irrumpió despiadada, dejándome cojo y privándome del objetivo de hacer Las 3 grandes en el corto espacio de cuatro semanas.

La primera sería el Maratón de Donostia, el 16 de octubre, con el objetivo de mejorar mi marca del año anterior (2:40:45) y bajar de 2:40. Faltaban 7 semanas y estaba en el buen camino.

Tres semanas después, el 6 de noviembre, un día antes de cumplir 39 años, con el objetivo de llegar y disfrutar de la carrera, correría el Maratón de New York.

Y una semana después, ya de vuelta a casa, la 30ª edición de la B/SS, también sin objetivos de marca y ofreciéndome como liebre para quien quisiera bajar de 1:20.

Lo que iban a ser siete semanas intensas de correr, se transformaron en un peregrinar entre médicos y fisioterapeutas. Obviamente, no corrí el maratón de Donostia y fui a  New York porque insistió mi mujer, teníamos el viaje pagado desde febrero y éramos un grupo de amigos y compañeros de trabajo, además de un amplio equipo de chicas del C.D. Fortuna.

Ya recuperado, aunque no del todo, de la ciática, tomé la salida en New York la fría mañana del 6 de noviembre. El primer objetivo era salir y sentir el ambiente. El plan, llegar hasta donde pudiera, parando a beber y estirar cada dos millas. Para el más que previsible abandono, llevaba varios billetes de 10 $ con los que pagar un taxi que me devolviera al hotel, muy cerca de la llegada en Central Park.

Entonces no había teléfonos móviles (o yo no lo tenía) y quedé con mi mujer en un punto concreto de la llegada, que habíamos decidido tras la inspección previa de la víspera, después de la International Breakfast Run. Es una carrera que no sé si se sigue celebrando, que salía, creo recordar, del edificio de las Naciones Unidas y llegaba hasta Central Park. Era como un calentamiento lúdico-festivo en el que atletas de todas las nacionalidades, provistos de banderas y demás señales identificativas, corrían una distancia aproximada de 5 ó 6 km. Al llegar a la meta, el desayuno consistía en café americano a discreción y una madalena gigante.

Ahora que –a mi modo de ver, tristemente- las banderas están tan de moda, recuerdo una anécdota curiosa en el ascensor del hotel. El pack del viaje incluía un chándal azul marino con un distintivo nada discreto de la bandera de España. Yo me lo había puesto para una foto de grupo y subía raudo a la habitación a cambiarme. Ni he sido, ni soy, ni creo que seré banderizo y me sentía incómodo. Conmigo se montó un atleta italiano, que vestía un chubasquero azzurro de 'todo a cien' con el escudo de Italia. Mi cerebro reptiliano se adelantó al racional y, por gestos, le propuse el cambio: mi chándal por su chubasquero. Soy bastante desinhibido para lo de quitarme la ropa e hicimos el cambio allí mismo. Entré en mi habitación en calzoncillos y no tengo constancia de que me viera nadie. Aquel italiano todavía se debe estar preguntando quién era el capullo que le cambió un chubasquero cutre por un chándal de tactel, tan de moda entonces y tan denostado ahora.

Bueno, que me voy del tema y ya me he enrollado mucho. Mañana, más.

1 comentario:

  1. Zorionak retrasadas y gracias por informarnos y entretenernos. Leer tu blog es un placer.

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