Corrí mi primer
maratón el 14 de octubre de 1990. Y lo corrí muy mal. Entonces no había tantas
carreras como ahora y esa era la 18ª en la que me ponía un dorsal, tras debutar
cuatro años antes, en la B/SS del 8-11-1986, que también corrí fatal.
Hasta hacía poco
más de dos semanas, había entrenado fenomenal y mis referencias eran 1:18:30 en
la Media Maratón del Laister el 1 de abril, con calor y viento Sur; y 1:14:16
en los 20 kms Adidas del 16 de septiembre, justo cuatro semanas antes. Son carreras
que ya no se celebran. Con esos antecedentes, mi marca podía estar en el
entorno de las 2h:50’.
Como tengo anotados
todos mis entrenamientos, he comprobado que todo se torció el jueves 27 de
septiembre en el viejo estadio de Anoeta, tras el que, hasta entonces, había
sido mi mejor entreno de siempre: 10x1.000 metros, recuperando tres minutos,
por debajo de 3:15 de media y terminado el último en 3:05. La temperatura era
buena y descalenté con la misma camiseta de tiras con la que había hecho las
series. Hice unos estiramientos sin cambiarme de ropa, comentando la sesión,
recreándome en lo bien que me había sentido y, de repente, noté que me
enfriaba. Volví a casa, cené, me metí a la cama y a la mañana siguiente me
levanté con malestar general, que achaqué a la paliza de la víspera.
Ya en el trabajo,
el malestar fue en aumento, noté la garganta cogida y cuando volví a casa me
puse el termómetro, que sentenció implacable: 38.2. Fue una gripe prematura que
me dejó p’al arrastre.
Ya recuperado de la
gripe, pero sin apenas haber entrenado, me presenté en la salida. El día, sin
ser malo, tampoco era ideal, con una temperatura por encima de los 15º.
En esas
circunstancias, lo prudente hubiera sido rebajar mis expectativas y conformarme
con bajar de tres horas. El entonces incipiente grupo de los Donostiarrak, del que yo formaba parte y
con el que había hecho las largas tiradas de los sábados y domingos, tenía un
grupo de especialista en correr en el límite de las tres horas: mi colega Joxe Mari Iturrioz, Txomin Arizmendi… Pude salir con ellos,
a 4:15/km, pero no, salí a 4:00/km, más rápido incluso del objetivo razonable
(2h:50’); y fui como un reloj hasta el km 30, que entonces estaba a la altura
del que todavía era el solar del Kursaal (se inauguró en 1999) y pasé en
2h:00’:00”. Y eufórico.
Poco me duró la
euforia, porque en el Boulevard me choqué de bruces con el muro. Bajé el ritmo y pensé: tengo margen. Por la Avenida de
Tolosa, sobre el km 34 ó 35, después de haberme parado un par de veces, vi
venir el grupo de las tres horas y di por bueno el plan C, pensando que estaba
a mi alcance. Me volví a equivocar porque quinientos metros después fui incapaz de seguir en ese grupo y me tuve
que parar por tercera vez.
Ya sólo quedaba el
plan D, tan improvisado como el B y el C: supervivencia y llegar como fuera a la meta en el viejo estadio de
Anoeta. Lo conseguí, tras varias paradas más, en 3:04:58, esprintando incluso
para bajar de 3:05. Si los primeros 30 km los había hecho a 4:00, los últimos
doce me salieron a 5:20/km.
Aunque llegué desfallecido, estaba inmensamente feliz y enganchado para siempre al maratón. Fue el primero, corrí once más, y a pesar de los estragos de la edad y el maltrato que le he dado a mi cuerpo, espero tener la oportunidad de hacer el último.
Aunque llegué desfallecido, estaba inmensamente feliz y enganchado para siempre al maratón. Fue el primero, corrí once más, y a pesar de los estragos de la edad y el maltrato que le he dado a mi cuerpo, espero tener la oportunidad de hacer el último.
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