El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su tercera acepción, define autoridad como: Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. A esa autoridad me refiero.
En Finlandia los alumnos se despiden de los profesores dándoles la 
mano y agradeciéndoles la tarea que han hecho y lo que les ha enseñado el 
profesor; y se ponen de pie cuando entra y sale de clase. En España, hemos 
pasado de la figura casi dictatorial que conocimos en mi etapa escolar, al 
ninguneo de los maestros y la justificación incondicional del compor-tamiento de 
los alumnos, lo que ha derivado en una pérdida de autoridad del profesorado, 
cuando no es situaciones de menosprecio y hasta acoso.
Entre profesores y alumnos se genera un complejo modelo de 
relación, con múltiples puntos de fricción, que se pueden engrasar desde el 
respeto mutuo, la comunicación positiva, la orientación al estudio y el ejemplo 
personal. Ese ejemplo personal que debe dar el profesor preparando muy bien la 
materia a impartir, llegando puntalmente al aula, facilitando el aprendizaje de 
la materia  y acabando con la misma 
puntualidad las clases; corrigiendo con diligencia, criterio y coherencia los 
exámenes; y haciendo un seguimiento personalizado de todos sus alumnos. Ese 
ejemplo personal que les hará ganar autoridad entre los alumnos y ante sus 
padres. Porque si los padres no respetan a los profesores, difícilmente lo harán 
sus hijos.
Y no se trata tanto de implantar leyes que atribuyan a profesores y 
maestros la condición de autoridad pública, como de seleccionarlos buscando los 
mejores perfiles, formarlos adecuadamente, evaluarlos periódica y 
sistemáticamente con criterios objetivos, reconocerlos material y moralmente, 
con una retribución competitiva y con el respeto que merece una figura clave 
para el desarrollo de cualquier sociedad avanzada.
Ahora que nuestros hijos han vuelto a clase, pensemos en qué 
podemos hacer los padres para que nuestros hijos, en casa y en la escuela, 
reciban una buena educación. Porque como decía Kant: ‘El 
hombre no es más que lo que la educación hace de él.’

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