Centro Galego de Tecnificación Deportiva, a orillas del río Lérez |
Se acercó al portero automático y miró
por la pantalla. La visita no podía ser más inoportuna. Sin abrirle la puerta,
a sabiendas de que seguiría insistiendo, bajó hasta el garaje, cogió la bici,
subió la rampa, abrió el portón y se lo encontró de frente.
- Sabía que te pillaría aquí. ¿Vas
a nadar?
- ¡Hola! Justo. ¿Cómo te va? Sí voy a nadar al río, aprovechando que
hace muy buena tarde y así me salgo del coñazo de la piscina.
- Mira, Justo, no sé qué quieres, pero
ahora mismo tengo otras prioridades. Mándame un mail de esos tuyos. Así te
entretienes un rato. Y veré si puedo hacerte un hueco. No te prometo nada
porque estamos a 20 de julio y el 1 de agosto salgo para Río.
- Sabes perfectamente lo que quiero,
Iria. Y lo necesitas. Y no me llames Justo. Ya sabes que no me gusta. Todo el
mundo me llama Jota y tú también me
llamabas así hasta que…
- Hasta que me cansé de tus paranoias.
Y, por cierto, para eso de Jota ya tienes una edad
¿no? ¿49?
- ¿Y qué importa la edad? Bien sabes tú
que no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Y cuando eches de menos esa
calidad, volverás. Y lo sabes.
- ¿Estás seguro? Bueno, Justo, o Jota, el tiempo lo dirá. Tú me dijiste aquello de que en
la carrera por la calidad no hay línea de meta. Y ¿quién sabe?. Igual hay
alguien que está más cerca que tú de esa meta. De momento, me voy a nadar. Chiao!
Playa fluvial del río Lérez |
Y sin darle opción de seguir la
conversación, Iria se montó en la bici y recorrió el kilómetro escaso hasta el
Centro Galego de Tecnificación Deportiva. Sabía que Justo
iría hacia allí, a las pistas, y no podría evitar verle cuando saliera del
agua. No pensaba hacer la transición agua-bici, esa tarde sólo tocaba nadar,
concentrarse en la técnica y hacerse al nuevo neopreno; así que dejó la máquina
a buen recaudo, salió corriendo, cruzó la calle sorteando el tráfico y dejando
a su izquierda el espectacular Puente Dos Tirantes, llegó al pantalán y se tiró
al agua, nadando hacia la playa urbana del río Lérez, donde giraría para
completar una vuelta de 2,5 kms. que repetiría dos veces. Se sentía cómoda en
el agua, en la bici era donde más sufría y corriendo era casi imbatible… salvo
aquel maldito 4 de agosto de hacía cuatro años en Hyde Park.
Mientras nadaba, ahuyentó los malos
pensamientos, se concentró en la técnica y desconectó, dejando que su
subconsciente le llevara a su primer encuentro íntimo con Mario. Un polvo
magnífico. Faltaban cuatro horas para el segundo.
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