Iria volvió al Centro Galego de
Tecnificación Deportiva hora y medias después de salir, tras nadar cinco
kilómetros por el río Lérez. Se sentía relajada y hambrienta. Fue directa-mente
al vestuario, se quitó el neopreno, se duchó, se secó y se puso el viejo
chándal, sin nada debajo. A continuación, sacó de su taquilla un par de kiwis,
los peló y se los comió mientras se preparaba en un bidón ad hoc un brebaje con
agua y unos polvos que preten-dían ser proteínas desgrasadas, vitaminas y sales
minerales. Medio litro de un líquido turbio de color amarillo que se bebió de
trago. Se había acostumbrado a esa alimentación y ya casi había dejado de
añorar el bocata de tortilla, de un color bastante parecido, pero de un sabor y
una consistencia que nada tenían que ver con aquello.
Sabía que Jota estaría pendiente de su bici y hacia allí se fue, andando por
el exterior de la pista, donde apenas quedaba media docena de atletas, ya fuera de
temporada. En seguida distinguió a Marta Monforte, una velocista que competiría
ese fin de semana en el Campeonato de España que se celebraba en Gijón. Estaba
haciendo salidas y su culo en pompa atrajo su mirada como un imán. Conocía bien
ese culo esférico y casi perfecto, que había acariciado, azotado, lamido,
pellizcado, amasado… en unas tórridas sesiones de sexo, que se iniciaron cuando
eran casi unas niñas, y que se interrumpieron cuando Marta se enamoró
perdidamente de ella. Iria sólo quería sexo y disfrutaba con él, como
disfrutaba con otros hombres y con alguna mujer, a los que sólo pedía que
tuvieran un físico atractivo, un comportamiento discreto, llevaran una vida sana, sin alcohol ni drogas de
cualquier tipo, y tuvieran claro que el objetivo de ese contacto íntimo no era
otro que dar placer y recibirlo. Sexo y sólo sexo.
Escuela Naval Militar de Marín |
Marta, que había sido campeona de
España de 100 y 200 metros en categoría junior, dejó el atletismo a los 20
años, se fue a estudiar a la Escuela de Infantería de Marina de Cartagena y
hacía un par de años que había vuelto a casa de sus padres: un
contraalmirante de la Marina y una profesora de educación física. Ahora tenía
veintisiete, uno menos de Iria, estaba destinada en la Escuela Naval Militar de
Marín, como su padre, y llevaba un año intentando volver a un nivel competitivo
que difícilmente podría recuperar. Entrenaba con Jota, que la había introducido en su grupo, más que grupo, casi una
secta. A diferencia de Iria, a ella sólo le gustaban las chicas, era bastante borde con los chicos, y siempre iba
vestida con ropa de deporte o con el uniforme de la Marina.
Iria se acercó donde ella. Sabía
que había hecho marca personal en 100 y 200 metros la semana pasada y que con
esas marcas podía meterse en las finales del Campeonato de España. Lo de las
medallas, era más complicado.
- ¡Enhorabuena,
Marta! ¿Cómo estás para el finde?
- Sin
más –Marta no era mujer de grandes palabras y menos con Iria- Estoy trabajando
las salidas.
- Que
tengas mucha suerte en Gijón, guapa, te estaré animando por la tele –le dijo
Iria, a la vez que le daba una palmadita en el culo y se iba en busca de la
bici.
Thomas Schoenlebe |
Hacia allí se acercó también Jota. Con el torso desnudo y unos
pantalones blancos de la época de la DDR, que dejaban ver un cuerpo fibroso,
sin un gramo de grasa, vigilaba atentamente las evoluciones de Marta, a la vez
que hacía ejercicios de técnica de carrera. Con 49 años, acababa de ganar, una
vez más, el Campeonato de España de Veteranos de 800 y 1500 metros en la categoría M45 y su gran
objetivo eran los Campeonatos del Mundo de Pista Cubierta de Daegu en marzo de
2017. Tendría 50 años y esperaba poder colgarse la medalla de oro en alguna de
las dos pruebas.
- ¿Cómo
ha ido la natación, Iria?
- Bien,
muy bien, he salido como nueva. Ahora me voy a casa, cenaré y a las 23:00 me
meteré en la cama, que mañana me toca bici y correr.
- ¿Cenamos
juntos?
- No,
gracias, Jota, ya sabes que me gusta
cenar sola.
- ¿Y
después? Te conozco. Hasta las once hay mucho tiempo. He visto cómo mirabas a Marta y sé
que te mueres por echar un buen polvo. Déjala tranquila ¿vale?
- ¡¡¡¡Jajajaja!!!!
Sí que sería divertido jugar un rato con Marta. Cada día está más buena. Y lo del uniforme me pone, pero
lo nuestro acabó hace tiempo. Ya sabes, no doy exclusivas. Chiao! Guapo.
Jota la siguió con la mirada y atisbó
un rayo de esperanza. Desde el mismo estadio, en su tablet, le escribió un mail.
No hay comentarios:
Publicar un comentario