Más por omisión que por acción,
el liderazgo está de moda. Se reclama para la política, para la empresa, para el
deporte… Y hay un consenso generalizado respecto de la crisis de liderazgo que
padecemos, mientras se derrumban mitos como el de Jordi Pujol.
En ese río revuelto, distintos
gurús, tertulianos y charlatanes varios proponen sus recetas, muchas
veces contradictorias, de líderes carismáticos, una suerte de mesías que
se pondrán al frente y nos conducirán a la tierra prometida. Algún ejemplo
reciente se me ocurre y debo confesaros que a mí ‘miedo me da’.
Yo me quedaría con que nos
dirijan personas que sean capaces de servir, de hacer más fácil el trabajo de
los demás, de marcar un rumbo y de predicar con el ejemplo personal, de revisar
ese rumbo y adaptarlo cuando los hechos y los datos lo aconsejen.
Yo me quedaría con
personas fuertes y decididas que no hagan de menos a los demás,
humildes pero no apocadas, amables sin ser serviles, honestas y
coherentes entre lo que hacen y lo que dicen, y que lejos de la almidonada
solemnidad de algunos, que parece que nos reprenden constantemente, tengan el
sentido del humor suficiente para aceptar que son personas como nosotros, con
nuestras mismas debilidades, nuestras mismas tentaciones y nuestra misma
tendencia a equivocarnos.
Volviendo al concepto de
servicio, como dijo Teresa de Calcuta: ‘El que no vive para servir, no sirve
para vivir’.
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